Diario de un apagón

 

Ya van casi 8 horas, siempre comienza igual; rezando porque sean 30 minutos, que seguro fue algún comemierda que metió un dedo donde no era, después te das cuenta que el comemierda eres tú que tenías el móvil al 43% porque «quién se iba a imaginar, que en el país que siempre quitan la luz, iban a quitar la luz». No ahorro maquillaje para seguirme vistiendo de payaso luego de darme cuenta que se echaron a perder los frijoles y que los pellejos de pollo están soltando más agua que la tubería esa de mi vecino que me tiene hecha mierda la pared del cuarto. 

¿A qué se procede, cuál es el protocolo luego de 4 horas sin luz? Mi hígado empieza a sentirse la repercusión de tanto estrés y mi pullover mira hacia todos lados, apenado, por la clase peste a grajo que tiene. Imagínate tú, víctima de la circunstancia se encuentra ese pobre batería de móvil, más China que el COVID, que dice cargar no se cuantos milliamperes... pero que en verdad dura menos que tu cita online en la cama. 

Tic toc, tic toc, la amable vecina de la voz de seda me recuerda entre palabras que poco aluden a las buenas costumbres y el interés social, que ya vamos para 8 horas de apagón. Entre triunfos y victorias me veo hoy cocinando a la vieja usanza, haciendo arroz en la olla de presión, que me deja el cereal con verdadera depresión, más pegado que un tema malo de reguetón y con más bolas que un grupo de amigas en WhatsApp... En fin, el apagón...